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    21 de noviembre de 2024

RAUL HERAS

Hoy, aceptemos sin reservas que fueron los vascos y miembros de ETA, Jesús Zugarramurdi, José Miguel Beñarán y Javier Larreategui los que mataron el 20 de diciembre de 1973 al entonces presidente del Gobierno, Luís Carrero Blanco; y aceptemos de la misma forma que fue la ex militante del PCE, Eva Forest, la que les ayudó desde el principio con el alquiler del piso bajo en la calle madrileña de Claudio Coello hasta su huida a otro piso en la localidad de Alcobendas, antes de cruzar la frontera y llegar a Francia un mes más tarde. Lo que llevamos sin saber 50 años más tarde quién o quienes les ayudaron para impedir que el franquismo se perpetuara.
Los cuchillos electorales ya vuelan sobre Galicia. Hace cuatro años el Partido Popular, con Alberto Núñez Feijóo como candidato a la Xunta sacó más votos que sus tres adversarios de la Izquierda juntos. 627.762 papeletas frente a 616.470. Cuarenta y dos escaños frente a 33 asientos en el Parlamento autonómico. Cuarta victoria por mayoría absoluta, igualando lo conseguido por Manuel Fraga. La herencia que ha recibido Alfonso Rueda, el actual presidente, que puede adelantar la cita con las urnas al mes de febrero. Las pesadillas de los contendientes están aseguradas.
Ni el alemán Manfred Weber, ni el belga Didier Reynders conocen la dureza de la piel de Pedro Sánchez, ni las características de que goza merced a sus escamas de queratina, las mismas que le proporcionan flexibilidad para moverse tanto dentro de España como en Europa y hasta regenerarse por los daños recibidos ante los adversarios. El presidente del Gobierno es un perfecto cocodrilo político. Muy pocos serían capaces de resistir la virulencia de los ataques que recibe cada día desde que accedió al poder en 2018. Y aún menos los que son capaces de atacar a grandes presas sin importarle el riesgo.
En cuatro años y tres elecciones autonómicas Isabel Díaz Ayuso ha conseguido que el Partido Popular pase de tener 30 escaños a tener 71 asientos en la Asamblea madrileña. En ese mismo periodo el PSOE, primero con Angel Gabilondo y luego con Juan Lobato ha pasado de 37 a 27, empatado con Más Madrid en escaños pero con menos votos. Tres batallas muy distintas pero con un mismo resultado final: el poder lo sigue ostentado el PP, con siete presidentes desde que se celebraron las primeras elecciones (Alberto Ruiz Gallardón, Esperanza, Aguirre, Ignacio González, Cristina Cifuentes) frente a uno del PSOE, Joaquín Leguina. De primer partido el PSOE ha pasado a tercero. Motivo muy suficiente para pensar y sacar conclusiones.
El cumpleaños constitucional ha servido para ver de nuevo que nuestra Carta Magna no recibe el reconocimiento que merece, y que los dirigentes políticos están más preocupados por su futuro personal que por todo lo que signifique unidad de acción, tanto hacia dentro de España y su articulación territorial a varios niveles, desde el fiscal al educativo, como hacia el exterior en cuanto a defender las mismas posiciones en la candidatura de Nadia Calviño como presidenta del BEI, que sería una muy buena noticia para este país, al margen de las tendencias partidistas. La misma situación de irresponsabilidad se debe aplicar a las posturas sobre las guerras de Ucrania y de Palestina.
La puesta de sol en la Barceloneta llena de un rojo amarillento el entorno de la gran vela que sirve de icono a esa zona de la capital catalana y que se refleja en los grandes ventanales de la suite Extreme WOW del hotel. Acaba de llegar con el maletín de viaje que utiliza cuando va a pasar una única noche fuera de casa. Es domingo y el avión privado de la compañía y el coche que le esperaba a pie de pista le proporcionan la invisibilidad social que busca siempre que necesita para una de sus obligadas citas o para esas horas de soledad personal, lejos del despacho por el que desfilan los problemas de cuatro Continentes. Su propio martirio.
Lo que parece evidente siempre merece explicación. Pedro Sánchez ha negociado la amnistía con Carles Puigdemont por la imperiosa necesidad de los siete votos que Junts tiene en el Congreso. Si no fuera así no estaría hablando nadie de la amnistía, ni siquiera ERC, el PNV, Bildu, el BNG o la Cup. El presidente del Gobierno miente por necesidad, al igual que lo hacen la inmensa mayoría de los líderes políticos a lo largo de su vida como tales. Es un hecho, no una crítica moral. Hacen de la necesidad, virtud. Es una de las servidumbres o cualidades que primero aprenden los que hacen de la política su vida. Tiene un precio, a veces muy alto. Los líderes están dispuestos a pagarlo.
Cambios en el Gobierno a la espera de más cambios en diciembre con la salida de Nadia Calviño y la subida de Escrivá para frenar las exigencias de Yolanda Díaz; cambios en la dirección del PP con más poder para Cuca Gamarra, Miguel Tellado y Carmen Fúnez y mucho menos para Elias Bendodo; cambios en los candidatos del PNV con la retirada obligada de Iñigo Urkullu, y de Bildu con la renuncia de Arnaldo Otegui. La Legislatura acaba de comenzar y ya se ve que va a ser más dura que la anterior, por lo menos hasta el “superjunio” de 2024 con sus tres elecciones.
Los líderes de los dos grandes partidos mantienen a sus formaciones en el mismo error: para ganar y gobernar hay que destruir al adversario y aliarse con quien no se quiere. Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo trabajan a corto plazo, uno frente a otro, sin ganas de buscar ningún acuerdo, empleando a los más duros de entre los suyos como arietes contra el llamado enemigo, que no adversario.
Ya debemos más de billón y medio de euros como país. Y nos vendría muy bien que dentro de un mes la vicepresidenta del nuevo Gobierno consiguiera el puesto de jefa del BCI, el banco europeo que se encarga de repartir y establecer las condiciones de los Fondos que llegan a Estado. La presencia de Nadia Calviño en ese privilegiado puesto,es toda una operación de estado por encima de los partidos y las ideologías.

Primer círculo, el de Pedro Sánchez, formado por su equipo de confianza, desde Felix Bolaños, que sigue subiendo en la escalera del poder, hasta José Manuel Albares, que permanece impasible el ademán como ojeador de la política exterior. Por medio, María Jesús Montero, que se convierte en vicepresidenta pero con las riendas de Hacienda en sus manos, y Teresa Ribera, que sigue siendo la amiga invisible pero muy cercana. En ese círculo entran, por méritos propios y conocedores privilegiados de sus respectivos ámbitos durante los últimos cuatro años, Margarita Robles, Fernando Grande-Marlasca y Luís Planas.
Dos días de debate, una votación y 179 votos a favor y 171 en contra. Pedro Sánchez ya es presidente de nuevo pese a que su partido, el PSOE, sólo tenga 121 escaños en el Congreso. Un éxito que lleva repitiendo desde junio de 2018 cuando ganó la moción de censura contra Mariano Rajoy. No ha habido sorpresas. Ninguna. Lo previsto desde el resultado final de las elecciones generales del 23 de julio. “Cada mochuelo a su olivo”, por usar uno de esos refranes más populares. Cada dirigente que ha intervenido ha defendido sus intereses, mirando hacia el interior de sus casas.
Podrían unos y otros, la derecha y la izquierda y, por supuesto, los independentistas que quieren separarse de la España en la que llevan viviendo más de quinientos años, con más o menos reconocimientos a su singularidad política, social, económica y cultural, leer el número 53 de “La Gaceta de Madrid” delo 22 de febrero de 1936. En ella aparece el Decreto Ley que firman el presidente Niceto Alcalá Zamora y el primer ministro Manuel Azaña tras las elecciones que se habían celebrado el 16 de febrero, apenas cinco semanas después de haber sido disueltas las anteriores Cortes. De los 473 diputados, el Frente Popular Obtuvo 263 mientras el Frente Nacional Contrarevolucionario lograba 156. El centro y los nacionalistas se quedaron con los 54 restantes.
Diez años más tarde y tras atacar a la entonces número dos del Partido Popular por sus explicaciones sobre los pagos al tesorero Barcenas, el PSOE de Pedro Sánchez, con Santos Cerdán y Felix Bolaños como signatarios, ha firmado seis divorcios en diferido con sus socios de investidura. Los llamados acuerdos son, en realidad, divorcios retrasados en el tiempo y con un alto coste para el futuro Gobierno, para las arcas del Estado y para la propia estructura territorial del mismo.
Puede que en unas horas o unos días Carles Puigdemont consiga que Pedro Sánchez le haga saber a su enviado especial y secretario de Organización del PSOE, Santos Cerdán, que debe firmar lo que el ex presidente de la Generalitat y huido de lujo en Waterloo le ponga sobre la mesa. El presidente en funciones puede que consiga esos siete votos que necesita en el Congreso para mantenerse al frente del Gobierno, pero será tan sólo uno de los seis contratos, de mayor o menor enjundia que debe firmar para conseguir su investidura e iniciar una Legislatura que resultará inútil por estar muerta.
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