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    21 de noviembre de 2024

RAFAEL G. PARRA

El “fantasma” del 15-M ha durado 13 años, lo que no está mal para un movimiento improvisado y en muchos casos deslavazado que alcanzó su punto más álgido con la creación de Podemos y su entrada en la política en las elecciones europeas de 2014 y en las generales del 20 de diciembre de 2015 cuando, junto a Ciudadanos, lograron romper el sistema bipartidista del PSOE y del PP.
Se avecina un nuevo curso político en el que Pedro Sánchez lo va a tener más difícil para mantenerse en La Moncloa. No solo por la espada de Damocles que Puigdemont le ha colocado sobre su cabeza, sino porque los años no pasan en balde y el presidente ya enfila su segunda legislatura que históricamente ha sido siempre más complicada para los todo los jefes de gobierno españoles.
Colocado una y otra vez en la encrucijada de si retirarse o seguir en la pelea, el presidente del Gobierno elige una y otra vez mantenerse como sea en el alambre en el que los resultados electorales han convertido a la política española desde que se rompió la fórmula del bipartidismo que hizo funcionar la rueda de la transición del franquismo durante 38 años, desde 1977 en que se hicieron las primeras elecciones post Franco hasta que en 2015 saltó por los aires el sistema.
La deriva política española con el enfrentamiento histórico entre el PP y el PSOE se parece cada vez más al que maneja el mundo del fútbol en la disputa entre el Madrid y el Barça con todos sus componentes de socios, simpatizantes y hasta “hooligans” que harán, desearán y soñarán incluso con todo tipo de tretas, jugarretas y ataques en el campo y fuera de él, para conseguir que gane su equipo y, sobre todo, que pierda el contrario.
Desde que el 28 de abril de 2019 Pedro Sánchez fracasara en su intento de gobernar solo y que su nuevo fracaso el 10 de Noviembre del mismo año le obligara a aceptar el gobierno de coalición con Pablo Iglesias, su concepto de como gobernar un país lo cifra todo en clave electoral. No importa quien, ni qué ni con quién, siempre que le sirva para seguir en La Moncloa. Su única línea roja, por ahora, es la extrema derecha porque es el “lobo” que le permite paliar en última instancia su propia debilidad
La dura derrota sufrida por Esquerra Republicana en los comicios catalanes ha servido para alimentar aún más el curioso choque que se dirime desde hace varios años entre el portavoz de ERC, Gabriel Rufián, y el futbolista portugués, afincado en España. Luis Figo, ex capitán del Barça al que Florentino Pérez fichó para el Real Madrid con un traspaso millonario en el año 2000 lo que provocó el enfado de todos los culés.
Como Sánchez ha convertido la política española en un cambio de cromos, tras los resultados de las elecciones catalanas no sería imposible que el órdago que le ha dirigido Puigdemont al inquilino de La Moncloa tuviera finalmente más éxito de lo que podría parecer. A los partidos independentistas les faltan nueve votos para poder hacerse con la Generalitat, que son casi los mismos (7) que Junts prestó al PSOE para poder hacer su gobierno actual.
Si atendemos únicamente al texto del discurso del presidente del Gobierno español, donde anunció que iba a seguir en La Moncloa, tendremos que colegir que tras los cinco días de retiro espiritual junto a su mujer, ambos han decidido sacrificarse en aras del poder y que, en definitiva, Begoña Gómez ha transmitido a su esposo que está dispuesta a aguantar, por ahora, todo lo que se le viene encima.
La misiva del presidente del Gobierno quejándose de que no puede soportar más el peso del poder sería una carta de dimisión con efectos retardados al lunes 29 de abril según las opiniones de algunos miembros de su círculo de asesores independientes, motivada por una conclusión fundamental a la que habría llegado Pedro Sánchez tras la aceptación por un juez de la denuncia de Manos Limpias contra su mujer por presunto tráfico efe influencias.
En un estado de guerra permanente, la inflación y los riesgos de una economía dependiente del petróleo a pesar de los avances en las energías más límpias van a seguir poniendo a prueba a toda Europa y por supuesto a España. Bien haría Pedro Sánchez de preocuparse más de los problemas económicos para que no le ocurra lo mismo que a ZP.
El 12 de mayo los partidos independentistas tendrán que decidir su futuro y todo dependerá del resultado electoral donde, al igual que ocurrió con los comicios generales españoles del 23 de julio, todo puede depender de lo que decidan los partidos pequeños, como En Comú o la CUP, siempre pensando que tanto el PP como Vox no den ninguna sorpresa al estilo de lo que consiguió Ciutadans en 2017, que luego no les sirvió para nada.
Los españoles ya no piensan ya no sienten, ni se alegran, ni padecen, somos insensibles a los efectos de la economía, de la política o de los terremotos…Todo lo contrario de la sociedad que luchó contra la dictadura de Franco. En los últimos cuarenta años, los españoles hemos sido anestesiados ante los problemas de España y del mundo.
Las elecciones gallegas han supuesto un a nueva decepción para Pablo Iglesias que estaba convencido que la única opción clara de batir al PP era el BNG pero que al final tuvo que ceder ante sus compañeras Irene Montero e Ione Belarra, para apoyar a Isabel Faraldo a la que concedía el mérito de haber puesto “el cascabel al gato intocable de la oligarquía gallega y española: Amancio Ortega. Si es elegida diputada, el cambio está asegurado. Fuerza”. Hasta aquí llegó la marea pablista.
Lo de Alberto Garzón y su abortada entrada en el despacho del lobby Pepiño Blanco, ex ministro de Fomento de Zapatero es la historia de muchos del lo dirigentes del PCE y de Izquierda Unida que acabaron fichando por el PSOE. Cuando tocas la riqueza y tienes salarios de cerca de cien mil euros al año es difícil no ceder a las tentaciones que te ofrece el Sistema capitalista.
Como en la fábula de la tortuga y el escorpión, Puigdemont no ha podido evitar picar a Pedro Sánchez en plena travesía del río de la Ley de Amnistía, a pesar de que con su acción podrían acabar los dos ahogados políticamente. Hace tiempo que el hombre de Waterloo no obedece más que a sus propios intereses.
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