Y, sin embargo, la imagen de Obama va perdiendo puntos de manera inexorable. Una encuesta, muy prestigiosa, de comienzos de mayo reflejaba una nación dividida en relación con su presidente: un 47% aprueban su gestión y un 46% la desaprueban. Hacia mediados de mayo, otra encuesta, ésta encargada por “The Economist”, ofrecía datos muy similares: 45% aprueban la gestión de Obama y un 48% la desaprueban. Obama lleva ya cinco meses consecutivos con una aprobación por debajo del saludable 50%. Y lo que resulta aun más negativo: según la encuesta del prestigioso semanario británico, el 51% de los norteamericanos cree que el presidente dice lo que realmente cree, pero un 49 % estima que Obama sólo dice lo que la gente quiere escuchar.
Tratando de encontrar una explicación a este balance, se podría decir que estamos asistiendo a un proceso de desmitificación del personaje. Obama llegó a la presidencia como un demiurgo y resulta que es simplemente un político honesto, esforzado y dialogante pero que tiene sus fallos y limitaciones.
Se ha podido ver en cómo ha afrontado la mancha de petróleo debida a una avería en una plataforma de BP en el golfo de México, que se ha convertido en tan sólo unas semanas en el peor vertido marino de la historia del país. Obama tardó muchos días en reaccionar, ocupado en recaudar fondos para su partido y jugar al golf. (Casi idéntica reacción a la de su predecesor George Bush cuando se abatió sobre esta zona el huracán Katrina). Sobre la política exterior de Obama los puntos oscuros son más evidentes. A finales de mayo Obama anunció su nueva estrategia de seguridad nacional, desterrando “la guerra contra el terror” y la doctrina preventiva de Bush. En teoría la postura parece un paso adelante en el correcto comportamiento de una superpotencia, pero la filosofía que sustenta estos principios es la de minimizar el papel en el mundo de unos Estados Unidos que se repliegan sobre sí mismos. Obama busca repartir responsabilidades con los nuevos y antiguos poderes: Rusia, China, Brasil y la vieja Europa. La realidad es que mi Rusia, ni China ni el Brasil de Lula están ayudando en la tarea de evitar que Irán se convierta en una potencia atómica. Ni China está cooperando en resolver la grave crisis entre las dos Coreas. Y lo más lamentable es que el tradicional y seguro aliado europeo está ayudando muy poco: Europa resulta irrelevante a la hora de colaborar activamente en resolver el tema iraní ni en ayudar a desatascar el viejo conflicto entre Israel y los palestinos.
Posiblemente, sobre todo a corto plazo, a los norteamericanos les resulte indiferente este repliegue de su país, pero el resto del mundo se está viendo ya perjudicado.
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