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Moscú: el terrorismo islamista, una amenaza global

06/05/2010.- El lunes 29 de marzo dos terroristas suicidas acabaron con la vida de 29 ciudadanos inocentes en el metro de Moscú. Dos “viudas negras” que se habían adherido a sus cuerpos unos cinturones de ciclotina y metralla llevaron la muerte y la desolación a las estaciones de Park Kulturi y Lubianka. Las imágenes grabadas por algunos teléfonos móviles y colgadas en Youtube resultan estremecedoras. Llovía sobre mojado: ya en febrero de 2004 otras viudas negras autoinmoladas habían acabado con la vida de 40 viajeros en el metro moscovita. Y cuando el país aun no se había repuesta de aquel horror, el miércoles día 31 otro doble atentado suicida en la lejana Daguestán, Cáucaso Norte, acababa con la vida de doce personas y dejaba malheridas a una treintena de ciudadanos.

“Arrancaremos la cabeza de los bandidos más odiosos pero no es suficiente”, comentó el presidente Dimitri Medvedev. Y con razón: el terrorismo islamista es una hidra que hace surgir nuevas cabezas cada vez que se decapitan a los responsables de estas insensatas matanzas. Las dos terroristas causantes de la matanza en el metro de Moscú han resultado ser las jovencísimas viudas de otros dos líderes terroristas abatidos por las fuerzas rusas. El terrorismo tal como lo plantea el extremismo islamista es muy difícil de combatir.: basta con unos explosivos, unos cables y detonadores y sobre todo la firme decisión de auto inmolarse.

Para afrontar el terrorismo hay que tener las ideas bastante claras. Es algo reprobable y condenable, sin paliativos. Rusia no será una verdadera democracia ni los derechos humanos están entre los asuntos que les preocupa a los gobernantes de Moscú. Pero es evidente que el mundo no puede mirar de lado o ponerse a discutir sobre la tenaza con la que Rusia gobierna su poliédrico territorio. Sí habría que achacarle a los gobernantes de Moscú una mayor sinceridad a la hora de afrontar su problema terrorista. Hay como una obsesión en no citar la palabra islamista aunque la evidencia sobre esta autoría es demoledora. Ya en 2007 el rebelde Dokú Umárov proclamó un “emirato islámico” para el conjunto de la zona del Cáucaso, término que ha vuelto a esgrimir ahora cuando ha reivindicado el doble atentado contra Rusia. Para Rusia, que cuenta con veintidós millones de musulmanes entre sus ciudadanos, esta dimensión étnico religiosa es algo que preocupa profundamente. A pesar de esas cautelas, el ministro ruso de Exteriores, Serguei Lavrov, no ha descartado que los autores intelectuales y materiales del atentado estén conectados con insurgentes talibán operativos en Afganistán y Pakistán.

El extremismo islamista ha supuesto una nueva dimensión en el fenómeno terrorista: hay voluntarios dispuestos a inmolarse para acabar con la vida no ya de un alto cargo o un líder máximo sino de simples ciudadanos. Y frente a esta amenaza, cada país actúa a su modo y manera. Décadas atrás, Estados Unidos alimentó a los rebeldes afganos cuando este país había sido ocupado por la entonces Unión Soviética. Y en fecha más reciente, ayudó a sembrar Pakistán de madrazas, escuelas de fundamentalismo islámico, para que el dictador Zia Ul pudiera llevar a cabo su política de aniquilar la oposición comunista. Y ahora la propia Rusia mantiene unas excelentes relaciones con el Irán que se está armando como potencia atómica y que en cierta medida alimenta varias facciones del terrorismo fundamentalista islámico.

En Nueva York y Washington, en Londres, En Madrid y en Moscú los autores de los atentados que acabaron con la vida de miles de víctimas inocentes asesinaron al grito de “Alá es grande”, convencidos de estar cumpliendo el mandato del Corán: “Matadlos allá donde los encontréis”. Aviados estaremos-rusos, europeos occidentales, norteamericanos-si no tomamos conciencia del problema que afrontamos.



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