Tengo la impresión de que, al amparo de ese tocho que aún queda por desvelar –no hay acuerdo siquiera en cuántos son exactamente los miles de folios que restan por levantar del secreto del sumario: ¿40.000?¿50.000?--, no falta quien, desde la penumbra, trate de involucrar directamente al Partido Popular, y por tanto a Mariano Rajoy, en una trama de financiación ilícita del propio partido, rememorando una especie de ‘caso Filesa’.
Personalmente, por lo que he ido leyendo de lo que se conoce del sumario y por las conversaciones que obligadamente ha de mantener cualquier periodista que quiera estar mínimamente informado, tengo la impresión de que la versión oficial del PP, difundida esta semana por la secretaria general, María Dolores de Cospedal, es sustancialmente buena: hubo quienes se aprovecharon del PP o, más concretamente, de algunos militantes del PP estratégicamente situados, pero no hubo una maniobra organizada en el partido para mejorar las finanzas del mismo.
Confío, y lo digo muy sinceramente en aras de la salud democrática de este país, en que la parte del iceberg del sumario hasta ahora escondida no desmienta esta impresión. Con la misma sinceridad he de decir que juzgo a Rajoy y a sus lugartenientes gente personalmente honesta, que no ha acudido a este mal negocio de la política a enriquecerse ni a hacer equilibrios en la frontera de la (i)legalidad; y lo mismo pienso, conste, de Zapatero y de sus más próximos. Puede que estén equivocadas, ambas partes, en muchas de sus estrategias y que, como vulgarmente se dice, metan mucho la pata. Pero quiero creer, y creo, que no meten la mano en el saco.
Puede que lo que hasta ahora desconocíamos del pestilente ‘sumario Gürtel’ nos aporte los nombres de algunos nuevos responsables locales o sectoriales del PP, y también de algunos profesionales más o menos conectados con esta formación, que se mancharon las manos, como tan clamorosamente ha ocurrido con el caso del ex presidente balear Jaume Matas. Pero ni siquiera así, me parece, podrá hablarse de una corrupción generalizada en el PP. A menos, claro está, que de lo que se trate sea de debilitar a este partido cuando ya suenan los clarines para las elecciones municipales y autonómicas de dentro de un año y de las generales de 2012, que, desafortunadamente, ya están acaparando la máxima atención de los ‘estados mayores’ de los partidos.
Y digo desafortunadamente porque esa tentación electoralista, que obliga a que los dos principales partidos nacionales se sacudan golpes ante los fotógrafos, está primando sobre la resolución de los problemas tangibles de los españoles; y hablo, cómo no, de ese tan necesario pacto de Estado que ahora nadie parece querer escenificar ni completar.
Pero, en fin, parece que esos problemas tendrán que esperar. Ahora, lo que toca es desentrañar lo que dicen esas decenas de miles de folios que el juez Pedreira va a permitir, al fin, airear. Y temo que no va a ser ese escuálido pacto contra la corrupción municipal que negocian socialistas y populares el que pueda aminorar el estrépito que, con mejores o peores razonamientos, con mejores o peores intenciones, se va a oír procedente de distintos puntos de la geografía nacional.
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