Nada de autocrítica, ni de mencionar los escándalos que le rodean. Ni un paso atrás. Mantiene a los más fieles de su equipo, con la vicepresidenta Montero al frente de la caja común y con Santos Cerdán de guardian en el Laberinto del PSOE. Si el presidente castellano manchego se va del Congreso Federal para no escucharle, y el que ha sido hasta hace nos días responsable del socialismo madrileño se marcha con sus mensajes a una notaria para luego entregárselo a un juez, esos problemas no le afectan, o es tan buen actor que exhibe ante los enfervorizados delegados que han ido a Sevilla un rostro sonriente junto a la ovacionada Begoña Gómez y los resucitados ex presidentes andaluces, Manel Chaves y José Antonio Gríñán. La no presencia de Felipe González o las duras críticas de José Rodríguez de la Borbolla sólo certifican que están en otra época.
Pedro Sánchez necesitaba aparecer como líder indiscutible del PSOE y el único que puede hacer frente a los “ocultos poderes judiciales” que le persiguen con el objetivo de procesarle, condenarle y meterle en la cárcel. Ante ese futuro el renovado Secretario General hará todo lo posible y lo imposible para que no se produzca. En esa guerra personal no le tiene miedo a los dirigentes del PP, de Vox e incluso del cada día más diluido Sumar, Más Madrid, Podemos, Izquierdq Unida y hasta a los del PNV, Bildu, Junts y Esquerra. Sánchez se encuentra a gusto en el enfrentamiento de las dos Españas, tan corrosivo y peligroso para el futuro común como por los nefastos recuerdos que devuelve a la mente de los españoles de 2024, hijos y nietos de los que sufrieron y combatieron en los negros años de mediados del siglo XX.