Los describió en 1940 el irlandes
Samuel Beckett cuando tenía 36 años y escribía en francés. Los dos vagabundos esperan cada día y durante dos horas la llegada de un invisible redentor que, también cada día, les envía el mismo mensaje: “ hoy no iré, mañana sí”.
Los Vladimir y Estragón de Beckett son nuestros Sánchez y Feijóo de hoy. El rostro del moderno Godot es el de Donald Trump, convertido en el más esperado y temido de los presidentes norteamericanos de los últimos años. Tanto el presidente del Gobierno como el líder de la oposición esperaban una victoria de
Kamala Harris y confiaban en los milagros. Presos de la misma ansiedad con la que
Santiago Abascal esperaba la victoria del ya ganador de las elecciones norteamericanas, convertido para sus rivales en el cruel Pozzo de ese teatro del absurdo que representan cada día nuestros líderes políticos.
Ni más de doscientos muertos y la mayor catástrofe económica y social de los últimos cien años en nuestro país les ha hecho a Sánchez y Feijóo cambiar de obra. Están tan atados a sus propios papeles que son incapaces de pensar en otras representaciones y con otros actores de reparto. Ya sean Felix Bolaños y Oscar Puente frente a Cuca Gamarra y Miguel Tellado los que asuman esos papeles secundarios. La palabra dimisión no aparece en el texto de Beckett y mucho menos en los diálogos de Sánchez y Feijóo, que no se hablan, ni se reunen, ni son capaces de establecer el más mínimo contacto con el interés de España por encima de los partidismos.
Si Sánchez desaparece en las citas internacionales, Feijóo desaparece detrás de su cumbre telemática con los responsables territoriales de su partido. El primero ya ha encontrado el martillo con el que golpear una y otra vez en el yunque de su adversario, el presidente de la Comunidad valenciana, que debería ser el primero en dimitir pero que no lo hará, no tanto por la pérdida del sillón de la Generalitat como por las responsablidades civiles y penales que esperan a los distintos responsables de la tragedía. El miedo es un pegamento de intereses que sobrepasa los límites del tiempo y se fabrica con una espesa mezcla de mentiras políticas y números económicos. Reconstruir esos más de sesenta pueblos afectados y un tercio de la riqueza de Valencia, que es una parte muy importante de la de España, va a necesitar no menos de cien mil millones de euros, muchos años, ayuda europea, Presupuestos extraordinarios y una inevitable emisión de deuda pública tras llegar a un acuerdo con la Comisión que preside Ursula von der Layen y el BCE que dirige Christine Lagarde.
Es más que probable que el Godot Trump no aparezca por España, sus prioridades son otras y miran más hacia el Pacífico que hacia el Atlántico. China es más importante para los intereses americanos que Europa y España está muy lejos de Ucrania. Polonía ya se ha convertido en un rival de Alemania a nivel energético y militar, y la antigua Europa del Este, en su conjunto y con todas las carencias que aún arrastra de un nefasto periodo de socialismo soviético, ya es más importante a nivel global que las tambaleantes democracias que salieron vencedores de la segunda gran guerra que tuvo lugar en ese territorio.
El teatro del absurdo, que nació para reflejar a la sociedad que en apenas treinta años se había destruído dos veces, es el más parecido al que se representa en los escenario del Congreso y los Parlamentos autonómicos de nuestro país. Hasta el punto de que se haga campaña contra la candidata a ser vicepresidenta de la Comisión europea, la española y hoy todavía ministra, Teresa Ribera, en pró de otras opciones prsentadas por otros países para ese puesto. Cero en política de Estado, cien en política partidista. Seguimos aquí enmarañados en los problemas de los dirigentes políticos mientras que a Godot le ha puesto cara y texto un actor tan cualificado para el espectáculo como Donald Trump, que es capaz de interpretar varios papeles a la vez.