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Vicente Guilarte, presidente del CGPJ
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Vicente Guilarte, presidente del CGPJ

El gato judicial ya tiene entre sus dientes a las liebres y tortugas políticas nacionalistas

jueves 13 de junio de 2024, 11:25h
Los que se extrañen de lo que está pasando en Cataluña con la pretensión de Carles Puigdemont de volver a la presidencia de la Generalitat por encima del ganador de las elecciones, y las dudas internas de la Esquerra Republicana entre el pactista Junqueras y la intransigente Borrás, es que se olvidan que esa carrera - en la que también están sus homónimos vascos - comenzó desde el primer minuto de la aprobación de la Constitución de 1978, nacida para durar cien años y que se ha ido pervirtiendo y deteriorando durante estos 46 años de existencia. A la fábula de la libere y la tortuga hay que incorporar al gato, la mejor expresión hope del poder judicial frente a los otros dos poderes. A la amnistié ya la tiene entre sus afilados colmillos.
Los dirigentes independentistas catalanes, desde Jordi Pujol a Pere Aragonés pasando por Artur Más, Carles Puigdemont, Quim Torra y Oriol Junqueras siempre se han sentido “liebres”. Por el contrario, sus homólogos vascos, desde Carlos Garaicoechea a Iñigo Urkullu, con José Antonio Ardanza y Juan José Ibarretxe por medio, eligieron el papel de “tortugas”. La meta para todos era la misma: separarse de España.
Cuarenta años de historia demócratica han servido para demostrar que la tortuga, tal y como aparece en las fábulas que escribiera el griego Esopo hace dos mil seiscientos años, siempre vence a la liebre. El lepórido confia en su velocidad y en su capacidad para cambiar de sentido mientras corre. Con excelente olfato y oído para huir ante el peligro, pierde por la soberbia. Menosprecia al galgo o al halcón que le termina cazando. Retrato perfecto de una buena parte de los dirigentes políticos catalanes desde 1977.
Salieron a la carrera en busca de una autoproclamada independencia creyendo que sus “depredadores” naturales, el Estado y la Ley, eran incapaces de alcanzarles. La equivocación terminó con unos en la cárcel a la espera de que les abran las puertas de la “jaula” en la que ellos mismos se metieron. Otros, con mejor olfato y oído para escuchar las advertencias huyeron y fabricaron - con permiso - sus nuevas madrigueras lejos de los que para ellos son sus enemigos españoles.
En Euskadi decidieron, bajo las enseñanzas del jesuíta Xabier Arzalluz que era mucho mejor imitar a la tortuga. El quelonio tiene patas cortas y fuertes, es lento en su caminar pero posee una coraza que lo protege. Su debilidad radica en la fuerza que tengan sus enemigos, si consiguen darle la vuelta, ponerle “patas arriba” habrá perdido la batalla. Esos adversarios pueden ser externos o internos o, lo que es lo mismo y al igual que pasa con las liebres catalanas, existen dos o más tortugas. No podemos interpretar las actitudes del PNV como las de Bildu, el color del caparazón las distingue. Por esa razón tras cada paso que dan aseguran el terreno. Así son los líderes del PNV, quelonios políticos que van construyendo su propio estado vasco desde las entrañas del estado español.
Sin prisas, como las liebres catalanas que se cansan del esfuerzo, pero sin pausas. Para ellos el color del partido que gobierna desde la capital del Reino no es un problema. Les da igual Felipe González que José María Aznar, Mariano Rajoy que Pedro Sánchez. A unos y otros siempre les piden lo mismo y avanzan como lo hacen los acorazados en el mar.
En esta Primavera de 2024, tras sentirse liebres y tortugas más fuertes ante la debilidad del actual Gobierno y las interpretaciones que hacen los jueces sobre las “normas” que deberían regir la construcción del futuro colectivo de esta España nuestra y común, deberían echar un vistazo a las crónicas que hablaron de las peleas literarias que mantuvieron Felix María Samaniego y Tomás Ruíz de Iriarte en el último tercio del siglo XVIII, las fábulas que inventaron como crónicas populares de lo que ocurría en su tiempo.
Narraban los vicios y virtudes del ser humano a través de los animales que encarnaban los mismos, se pusieron de moda en España y ayudaron a que el poder durante reinado de los primeros Borbones tuviera una léctura apta para niños y asequible en las escuelas. No era el principal objetivo de los dos antiguos amigos convertidos en rivales, pero sirvieron para narrar desde dentro lo que ocurría en la Corte, que era lo que impregnaba la vida diaria de aquellos españoles.
Leones, lobos, zorros, hormigas, cigarras, liebres y tortugas pasaron a convertirse en portavoces de la moralidad pública y de las pasiones privadas. Unos representaban el valor y la firmeza, otros la maldad y la astucia; unos la paciencia, otros el derroche; y así, recuperando a los clásicos, Samaniego e Iriarte - como antes lo habían hecho Esopo y LaFontaine - lograron que el choque entre el bien y el mal, entre lo bueno y lo malo se adueñara del imaginario popular con premios y castigos; que la ironía y la realidad no siempre se ajustaba a los criterios éticos de la sociedad en la que vivían.
Si la prudencia y la moderación eran las virtudes supremas, la astucia y el sentido común les acompañaban. Las cuatro fabulistas han estado ausentes en la crisis catalana y el olvido o la falta de conocimiento “literario” hizo que una de las fábulas más recordadas y de mayor éxito se convertiera en la peor de las realidades para Carles Puigdemont y sus 24 acompañantes.
El expresidente catalán, desde su huida a Bruselas y su posterior peregrinaje por Europa se ha creido una liebre capaz de eludir con su velocidad y cambios de rumbo a los galgos y podencos que la perseguían.
En su carrera hacia la pretendida independencia de Cataluña soñó con llegar a la meta marginando y dejando a un lado las advertencias que le llegaban, al igual que al resto de sus compañeros, de la acorazada, paciente y tenaz tortuga que eran y son sus “primos vascos”. La estructura jurídica del Estado, empezando por la Constitución y siguiendo por los propios Estatutos de autonomía, va más allá y durante más tiempo que los deseos puntuales de la clase política.
La tortuga ya ha alcanzado a la liebre. Urkullu va más lejos que Aragonés. Veremos quien acompaña a Pradales, el futuro lendakari, si es Illa o Puigdemont o ninguno de los dos.El PNV se muestra más sólido que el tripartito catalán. La liebre se empeña en seguir corriendo de la misma forma en que lo lleva haciendo los últimos siete años, de forma alocada y sin medir bien las consecuencias, y hasta es posible que lo haga incluso a pesar de los deseos de aquellos que apostaron por colocarla en la carrera.
Para que la fábula actualizada de la libre y la tortuga tenga más sentido y se ajuste mejor a lo que ha sucedido tenemos que “meter” en la escena a otro de los animales favoritos de nuestros escritores del siglo XVII, el gato, esta vez tan plural en su rostro como son los jueces del Tribnal Constitucional, del Supremo, y del resto de los tribunales del Estado. Este felino, siempre vigilante y al acecho de la escurridiza liebre y de la paciente tortuga, ha tenido la paciencia de vigilar las actuaciones de ambos y colocar la meta de llegada a la que aspiran siempre un poco más lejos, con un zarpazo propio de las características de la propia cacería y de la necesaria y contundente unión entre nuestro ordenamiento jurídica y ese otro gato de la seguridad nacional. Estamos en tiempo de espera con los tres protagonistas pendientes de que desde la política no se hagan trampas.