El 28 de febrero de 2021 se cumplen ocho años de la renuncia de Benedicto XVI. Quince días más tarde el Cónclave de cardenales elegía como Papa al cardenal argentino Jorge Mario Bergoglio. Los secretos de la “huída” los tenía un cardenal español y trataban de la economía vaticana. Trescientos folios secretos, claves para entender todo lo que ha hecho y quiere hacer el Papa que llegó del Sur.
Situación inèdita en la Iglesia en los últimos seiscientos años. Cambios económicos y “ceses” de obispos y cardenales que sacan a la luz las guerras ocultas que existían y existen en la Santa Sede. Dinero procedente de muchas fuentes y que terminaba en paraísos fiscales, ya fuera en Europa o al otra lado del Atlántico. Vidas de lujo y placeres que no tenían nada que ver con la prédica evangélica y si mucho con las más corruptas épocas de la Iglesia durante el Renacimiento y las peleas entre las grandes familias italianas desde los Pazzi a los Médici, y en las que también aparecieron los Borgia españoles.
Las claves autenticas de la dimisiôn de Benedicto XVI las tenía el cardenal español, Julián Herranz, maximo responsable del informe secreto que le llevó a abandonar la silla de San Pedro, en un gesto que apenas tiene precedentes en la Iglesia católica. Es la espada de Damocles sobre muchas de las cabezas de la Curia que le sirven al Papa Francisco tanto para defenderse como para atacar a sus adversarios.
En ese informe escrito en dos tomos de trescientas paginas y entregado al Papa a mediados del mes de diciembre de 2012 se encontraban los motivos y las razones que llevaron al mayordomo Paolo Gabriele a filtrar documentos y cartas personales de Su Santidad, que servirían de base para numerosos artículos periodísticos y para uno de los libros más duros sobre las maniobras dentro de la Curia del Vaticano, escrito por todo un experto en la materia como es Gianluigi Nuzzi.
Todos con un punto en común, la situación del IOR, el banco que mueve la economía de la Iglesia y sus peligrosas relaciones con maniobras financieras y dinero negro desde la ya lejana década de los años 60 del siglo pasado, con el entonces banquero Michele Sindona, un hombre que se llevó muchos de los secretos a la tumba tras ser envenenado en la prisión de maxima seguridad de Voghera, tras su extradición desde Estados Unidos donde se había refugiado.
El cardenal Herranz, junto a otros dos cardenales mayores de ochenta años como el, como eran el eslovaco Josef Tomko, y el italiano Salvarore de Giorgi, se comportó como un moderno y deductivo Hércules Poirot o un paciente Sherlock Holmes. Tardó nueve meses en realizar el encargo que le hizo el Papa en marzo de 2012 tras detectarse la fuga de informaciones confidenciales desde los despachos más próximos al Pontífice.
Las conclusiones las recibió Joseph Ratzinger en diciembre y el peso de las mismas finalmente le llevó a pensar en el retiro para que otro Papa más joven se atreviera a cambiar lo que no pudieron ni Pablo VI, ni Juan Pablo I, ni Juan Pablo II: las relaciones de poder dentro del gobierno de la Iglesia católica y de esa especie de corte medieval que es el Vaticano, en la que las ambiciones y el dinero se cobran periódicamente sus víctimas, algunas tan lejanas y recientes como el Primado de Australia, y con escándalos sobre lujos personales y dinero negro como son loos apartamentos descubiertos en Londres.
Si echamos la vista a la mitad del siglo XX, bastaría con recordar que a Sindona le siguieron en el contaminante IOR, el arzobispo norteamericano Paul Marzinkus y el también banquero Roberto Calvi. Con el primero no se sabe muy bien que terminó recluido en una pequeña parroquia de Illinois, jugando al golf y viviendo en una gran villa hasta su muerte en 2006 con 84 años. El segundo apareció colgado del puente Blackfriends, en Londres, con 5 kilos de piedras en los bolsillos y 1700 dólares en la cartera.
Sin olvidar los suicidios o las muertes inesperadas en apenas tres días en julio de 1993 de otros dos empresarios tan importantes en la vida económica y financiera de Italia de los años ochenta y noventa como Gabriel Cagliari y Raúl Gardini, los dos con cuentas secretas en el banco del Vaticano a través de miembros de la Curia. Cagliari apareceria muerto en su celda de la carcel de San Vitorio con una bolsa de plastico en la cabeza.
A Gardini le encontraron con un tiro en la cabeza en su casa de Milan y una carta dirigida a los jueces Di Pietro y Greco en la que les ofrecía su testimonio acerca de los miles de millones en dinero negro que habïa hecho llegar a los partidos políticos italianos, sobre todo a la Democracia Cristiana de Giulio Andreotti, enfrentada en aquellos años al poderoso Opus Dei por el control del poder en la Iglesia.
En el caso del que fuera orgulloso propietario de " El Moro de Venezia" , uno de los grandes veleros que han competido en la America Cup's, Raul Gardini, sus relaciones con España fueron muy intensas, sobre todo con la compra del grupo Antibioticos y la aceitera Elosua, operacion la primera de ellas que sería crucial en la riqueza de Juan Abelló y Mario Conde y su posterior desembarco en el por entonces primer banco del país, Banesto. Una historia contada desde casi todos los puntos de vista y de intereses encontrados pero que guarda secretos en la parte más " religiosa" o esotérica de uno de sus protagonistas. Han pasado treinta años y las relaciones entre el poder religioso de la Santa Sede y el poder financiero de los grandes centros de Washington, Londres, Paris, Berlín y Milan no han desaparecido. han vuelto a hacerse más oscuras. Y la lucha entre las dos grandes órdenes de la Iglesia, jesuitas y Opus Dei continuan. En España aparecen entre las bambalinas del Ibex 35.
Contaba el diario italiano " La República" en el serial que comenzó a publicar de cara a la eleccion del nuevo Papa que, entre los cientos de páginas de la investigación de Herranz, aparecían no sólo relaciones de poder y de finanzas, también sexuales entre los muros del Vaticano. Un peso que habría terminado por aplastar la ya frágil salud de Benedicto XVI, algo que aparece en su primera declaración en latín y en las posteriores intervenciones acerca del futuro de la Iglesia. Retirado y en paz, Benedicto XVI dejó al Papa Francisco una auténtica muralla de intereses y poder
La meticulosidad de Julián Herranz, uno de los dos cardenales pertenecientes al Opus Dei, quedó más que acreditada por sus más de cincuenta años viviendo en Roma, primero como uno de los grandes apoyos de José María Escriba de Balaguer, y más tarde como referencia en derecho canónico de tres Papas.
Este cordobés que se hizo sacerdote con 25 años, tras estudiar medicina y licenciares como psiquiatra ya sabía lo que era que se robaran cartas y documentos confidenciales. Lo había sufrido y vivido en primera persona y lo había contado en 2006 en uno de sus libros de memorias titulado " A las puertas de Jericò". Podía y así lo hizo interrogar y hablar con el resto de los cardenales y sobre todo con los dos más enfrentados y poderosos: Ángelo Sodano y Tarsicio Bertone, ambos pugnando por el control del IOR y sus multimillonarias inversiones dentro y fuera de Italia. Los dos desaparecieron de sus puestos y de sus ambiciones de llegar al Papado.