Letizia tiene un primo
Letizia tiene un primo
Los primos en España son una fuente inagotable de sorpresas. Rajoy tiene los suyos: uno es un físico que no cree en el cambio climático, y el otro le salió delincuente. Letizia tiene los suyos, y entre ellos está David, que no sabemos lo que piensa del clima, pero ha tenido problemas con la justicia. Estuvo implicado en un escándalo de corrupción en Ciempozuelos, con aquel alcalde socialista que guardaba el dinero de las comisiones en la olla exprés de su casa, como para hacer un cocido de euros en papeles de quinientos. Ahora vuelve David, resentido, dice, porque la prima bien colocada no le echó una mano con los jueces, y saca libro. El tal David cuenta algunas cosas que van a hacer las delicias de los programas de tarde, lo que se llama el horario infantil de la televisión. El primo es abogado y le llevó el asunto del divorcio a Letizia, cuando se separó del profesor de literatura. Ahora David viene con el cuento de algunos asuntos de cama de la princesa. Sacará un dinero, que es de lo que se trata, y dará argumentos a quienes ya orientan los cañoñes hacia los príncipes, ahora que el Rey está de retirada.
Tita en el paraíso
Tengo debilidad por Tita. La siento cercana cuando se encadena a los árboles del paseo del Prado, la admiro cuando me cuenta que se hace la permanente en casa, y se tiñe su pelo pajizo para ahorrar en la peluquería. También me conmueve cuando tiene que vender uno de los cuadros que le dejó el barón para llegar a fin de mes y pagarle los caprichos a su Borja. Me cuesta más sentirla en su esencia cuando me entero de que guarda el dinero en un paraíso fiscal. A Tita la han descubierto unos periodistas que se han organizado para rastrear el dinero de los ricos, y les ha salido una lista en la que hay dentistas, carniceros, abogados y fontaneros, que son los que de verdad tienen liquidez sin Iva. Y entre ellos está Tita, que siempre ha sido una millonaria sobrevenida, una chica de clase media que heredó, y que tiene costumbres adquiridas en su origen modesto: la alergia al fisco, la prudencia en el gasto, y una idea del paraíso como una isla en que hace frío pero el dinero está siempre calentito.
La Infanta imputada
Llora en casa la Infanta imputada, y después se marcha a trabajar con unas gafas de sol para que no se le noten las ojeras y los ojos rojos. La Infanta imputada es un cuadro que no habría soñado Velázquez ni el Goya que pintó la familia de Carlos IV, donde ya se veía que la dinastía tenía un presente aciago, y un futuro dudoso. La Infanta tiene su nombre inscrito en un auto judicial en el que le advierten de que tiene que ir al juzgado acompañada por un abogado, que será Roca, el fiel Miquel, siempre con su sonrisa en la boca, siempre tan amable. Los abogados de sonrisa son los que más triunfan, porque son los que mejor disimulan la minuta. Dicen que la señora no tendrá que pasar por el banquillo y algunos juristas aseguran que saldrá indemne, pero no volverá a ser la misma. Nunca.
Raúl del Pozo lo ha visto
Y lo cuenta en su columna, que es donde derrama todos los días su vida social. Raúl está excitado porque ha visto el secreto: los apuntes de Bárcenas, la letra de Luis, ese al que los de la Gürtel llamaban “el cabrón”, no se sabe si por su condición de chivo expiatorio o por sus cualidades para sacudir a los clientes hasta que caiga todo el dinero de sus bolsillos. Dice Raúl, que lo ha visto, que lo que está escrito en las notas contables es suficiente para que tiemble el misterio, que va a arder Troya, que todos menos Aznar cobraban del repartidor de sobres, que hay nombres insospechables, y que no solo están los del partido, sino que mucha más gente se arrimó a don Luis para que le echara unos billetes al mes. Dice Raúl que todo esto saldrá, y que Bárcenas está jugando pero no quiere ser un Torres, uno de esos que se sacan los correos electrónicos del archivo para poner el pie sobre la monarquía y tirar de la manta. Dice Raúl, pero no aporta nada más.
Feijóo y las fotos
Ha sido la semana de Feijóo, el gallego que tuvo un amigo narco, el presidente que tomaba el sol en el yate de un traficante de drogas, uno de esos ricos de Villargarcía que daban propinas de mil duros, compraban barcos y pazos e invitaban a marisco y licor café. Feijóo ha resistido pero quizá después de esta ofensiva ya no sea la gran esperanza del PP. Dicen que las fotos han salido de la carpeta de algún dirigente popular que le tiene manía, que quiere cortar su ascensión. Nunca se sabe. Lo cierto es que su peripecia se debe colocar en la serie de chantajes ejecutados desde la prensa contra quienes no se pliegan a los deseos de algunos grupos de presión. Las fotos circulaban desde hace tiempo. Fueron siempre una amenaza de corto recorrido. Hoy forman parte del pasado.
Urdangarín a Catar
Y es lo mejor que le podía pasar: marcharse lejos, dedicarse al balonmano, volver a los principios, como dicen los de Bankia en esa publicidad en la que comienzan por reconocer sus errores. A Iñaqui le ha salido un trabajo, y solo podía ser en el balonmano, donde dejó grandes amigos. Se va a Catar, a entrenar a la selección nacional. Es probable que en aquel remoto país islámico los fotógrafos le dejen en paz. Al rey le vendrá bien tener al yerno lejos, y a la infanta puede que le ayude a aclarar si quiere seguir con él o le conviene romper. Dependerá en buena parte del contenido de los correos que quedan por salir a la luz, esos correos que guarda Torres y que pueden terminar de dinamitar una relación cegada por la codicia.
Sara, que se va
Y se ha muerto Sara, Sarita, Saritísima. Se ha ido con 85 años, aunque ella nunca supo que tuviera tantos, porque desde hace treinta les ponía medias a los espejos para que le devolvieran su imagen difuminada, como envuelta en vapor. Sara, mito erótico de las dos Españas desde aquel cuplé que reventó de pasiones la Gran Vía, se ha apagado en su casa, como la brasa de aquellos puros que fumaba, metáfora turbia y sexual de una tarde de siesta en agosto. Fue la primera española que conquistó Hollywood con sus ojos, con su carne tierna de manchega, y con ese hablar suyo tan lento, como desnudando las palabras.