Alfredo Sanzol, como escritor y director de escena, ha llamado la atención del público gracias a una serie de irresistibles montajes: Delicadas, Días estupendos, Sí pero no lo soy. Observador agudo de las historias humanas, sabe transmitirlas de tal forma que la anécdota entrañable, en la que siempre late un peculiar sentido del humor, alcance un vuelo más alto y revele amorosamente nuestra común condición.
Su nueva obra, "En la luna", un encargo expreso de La Abadía, en cuyo Teatro se representa hasta el 8 de enero, se desarrolla en la Luna, con vistas a la Tierra. Con la extrañeza que le brinda la perspectiva del "destierro" a otro planeta, Sanzol plantea un viaje por sus recuerdos más tempranos, esa infancia que es al mismo tiempo la infancia de la democracia en España.
Sanzol afirma que "En la luna es un viaje a los recuerdos primeros. Esos recuerdos que viven en el fondo de la memoria y que reaparecen cada cierto tiempo como relámpagos que explican quiénes somos y de dónde venimos. Son recuerdos que se crean cuando tenemos tres, cuatro, cinco años, y que no sabemos si son reales, o nos los han contado, o los hemos soñado,
pero que para nosotros son los pilares sobre los que se construye el resto de la memoria. Estos recuerdos, por su especial calidad, y escasa cantidad, los guardamos como algo muy preciado e íntimo, de lo que hablamos con cierta reverencia, como si fuesen un regalo, o una condena de la que no podemos desprendernos".
"En la luna está construido sobre esta primera memoria. Lo tenía pendiente. Ha estado siempre presente en todos mis espectáculos, pero nunca había puesto el punto de mira de una manera tan descarada en algo que para mí es muy frágil. Haber tenido un hijo hace poco ha sido el detonante que ha hecho ineludible tener que ponerme manos a la obra. La necesidad de empatía con el niño exige entender, comprender, conocer al niño que fuimos, y al niño que somos, y me da la sensación de que esos recuerdos guardan los marcadores genéticos del pasado".
El autor aclara que el resultado no es autobiográfico. "Todo lo que se cuenta es inventado. Ni los hechos ni los personajes existieron nunca. Por eso mismo se vuelven más reales que la propia realidad. Son la síntesis de los sentimientos, de las emociones, de los deseos, de los sueños, de lo que no sabemos… De todo aquello que no se puede tocar y que sin embargo notamos tan consistente. Pertenezco a una generación que nació cuando murió Franco. Nuestra infancia va ligada a la infancia de la democracia, y compartimos con ella las fiebres del crecimiento y las nebulosas del entendimiento. La democracia y nosotros hemos crecido al mismo tiempo, y el 92 llegó cuando nos hicimos mayores de edad".
"En mis primeros recuerdos la Transición lo impregna todo. El ambiente especial de aquellos años vivía en los mayores las veinticuatro horas. Estaba en todos sus actos. La vida pública entraba en la vida privada como un torbellino. Traía el ruido de la calle y se sentaba a la mesa. Para un niño era imposible saber qué estaba pasando, pero lo intentábamos, y la excitación, el miedo, la esperanza, el caos, la palabra “libertad”… se quedaron grabados en nuestra memoria. Son los surcos de nuestro disco duro".
"Con estas sensaciones me he ido a la Luna. Casi podría decir que me he exiliado en la Luna, o que me he fugado de la Tierra. Necesitaba salir de aquí para construir esta historia. Los personajes de En la luna no saben muy bien dónde están, saben que están en algún sitio, pero más o menos les da igual. Es la misma sensación que tienes cuando eres niño. Estar en la Tierra te parece muy bien, pero podrías estar en Marte y también te vendría bien. Y cuando eres niño una pesadilla es igual a la realidad. La realidad es presente absoluto, y no puedes imaginar que los mayores fueran una vez pequeños, o que el mundo siga su curso cuando tú no estás…