Túnez y Egipto han desalojado al dictador gracias a la acción del Ejército que ha servido de sostén del Estado con conexiones determinantes con Estados Unidos y la Unión Europea. En Libia y en Siria no existía esa relación y sus dictadores han optado por el uso de la fuerza con apoyo de sus militares para mantenerse en el poder con centenares de muertos. La actual intervención extranjera contra Gadafi no es suficiente con unos rebeldes entusiastas pero incapaces, sin recursos, sin preparación y sin organización. El régimen sirio, donde quien manda es el Mujabarat, el Servicio de Inteligencia, con el presidente, Bachar el Assad, como figura más decorativa que ejecutiva, está respondiendo con sangre y fuego a las demandas de reformas políticas por parte de los manifestantes.
Tiene experiencia en reprimir sin piedad a los opositores. Lo hicieron en Hama en 1982 contra los Hermanos Musulmanes con miles de muertos. Siria tiene una importancia clave en la región por su influencia en Líbano, sus disputas con Israel, su frontera con Turquía, Jordania e Irak y su relación con Irán. La minoría alauí en el poder defiende a tiros sus privilegios frente a la mayoría suní que ha perdido el miedo y reclama unas mejores condiciones de vida. La represión alimenta el riesgo de crecimiento de la influencia de los islamistas radicales que juegan un papel muy secundario por el momento pero que esperan su oportunidad. Los occidentales tenemos un serio problema en Siria.
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