En España, por no hablar de otros países en los que los hay más golfos o menos, lo de defraudar a Hacienda es una especie de deporte nacional que practican sin ningún pudor ni arrepentimiento muchos de los contribuyentes, animados por el ejemplo notorio que dan los llamados próceres de la patria.
Aquí, les damos el Premio Príncipe de Asturias a conocidos evasores fiscales, que residencian sus posaderas en Andorra, Gibraltar, Mónaco o San Marino, promovemos las SICAV, que es un instrumento de inversión colectiva que permite que sus propietarios tributen al 1 por ciento, mientras si eres un pobre particular tributarás por tu marginal o si eres otro tipo de empresa tributarás al 35 por ciento.
Pero sobre todo aquí, en un momento en el que nos suben los impuestos a todos para contribuir a financiar la crisis, circula el fundado rumor, porque ha sido lanzado como globo sonda por el Gobierno, de que va a haber vacaciones fiscales para los mayores defraudadores del país.
En otros lugares, defraudar, además de estar gravemente penado por las leyes, conlleva una condena social. Aquí, salvo los que vivimos de un sueldo, vivir de la economía sumergida, facturar sin IVA, atesorar billetes de 500 euros o pagar con ellos, al estilo de la mujer de Jaume Matas, cualquier baratija, produce más envidia que cabreo.
No sé si finalmente el Gobierno animará a los defraudadores a que compren deuda del Estado a cambio de perdonarles sus golfadas, pero si fuese así poca autoridad moral le quedará para exigir a los demás que sean ciudadanos ejemplares
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