Jueves 02 de octubre de 2014
El presidente José Luis Rodríguez Zapatero se va ahogando poco a poco en la crisis económica -abandonado por el único salvavidas que alentaba su optimismo, el vicepresidente Pedro Solbes, que ahora vaticina el deastre lo mismo que antes las venturas- pero el líder de la Oposición corre el peligro de hundirse en su barco, golpeado tanto por las guerras internas entre Gallardón y Aguirre, como por la inminencia de sus dos primeros exámenes electorales en Galicia y el País Vasco. Zapatero es consciente -y de ahí que algunos comienzan a hablar de sus depresiones anímicas, que de la crisis no nos va a salvar nadie, ni Obama ni la gran banca agradecida por el maná de millones que el Gobierno les ha dado para salvarse así mismos, pero no para dar créditos a nadie y menos en la actual coyuntura donde las familias están hasta arriba de deudas y con parte o todos sus miembros en el paro. El concepto de crédito para todos, que inventaron los bancos en el decenio pasado, animados por no se sabe qué propósitos, se ha acabado y ahora si no demuestras que tienes una nómina suficiente y que tienes otros bienes más valiosos para responder, pues no hay crédito que valga. Las declaraciones de ZP de instar a la banca a que cumpla con su obligación de llevar a la sociedad los miles de millones puestos a su disposición por el Gobierno suena a letanías cada vez más alejadas de la realidad, sobre todo si pasan una semana tras otra sin que se materialice nada de lo prometido.
Tampoco funciona a lo que parece, la famosa inversión pública. Las grandes empresas no ven más trabajos y la pequeña y mediana está a la espera de ver si les toca algo en la lotería de Navidad que el Gobierno anunció con el dinero (175 euros por habitante) que iba a dar a los Ayuntamientos precisamente para intentar rebajar las listas del paro, especialmente en la construcción. No hay datos precisos, pero si esa fórmula no da resultados a corto plazo, nos habremos encontrado con una nueva desilusión. Nada hay, en cambio, que reprochar a los ciudadanos, que se están portando como nunca y que trataron de hacer las compras de Navidad con la mayor normalidad posible, pero la cuesta de enero, que tradicionalmente subimos con problemas los españoles, se puede convertir en la subida a un “ocho mil” a lo largo del 2009.La vicepresidenta María Teresa Fernández de la Vega, habitual apagafuegos del Gobierno de Zapatero, ya no sabe qué hacer y decir para demostrar que los ministros están haciendo sus deberes. La mayoría de ellos han desaparecido de la actualidad, salvo Pedro Solbes, que apareció en el último Consejo de Ministros cruzado de brazos, y la peculiar Magdalena Alvarez, que no está dispuesta a asumir ninguna culpa ni en los retrasos y molestias causados por el AVE en Barcelona el año pasado, ni en el cierre de Barajas, ni en los problemas causados por la nieve en las carreteras.
De la Vega se limita a pedir perdón a los ciudadanos por la negligencia de los ministros, como hizo con los barceloneses cuando se quedaron sin Cercanías durante más de un mes, y poco más. Quizás por eso Zapatero ha decidido fortalecer el corte ya totalmente presidencial de su gabinete. Podría haber cambiado de ministros, pero para qué y sobre todo cómo hacerlo antes de que su primer gobierno tras la victoria electoral de marzo cumpla un año, Sería tanto como certificar que se le han acabado las ideas y anunciar, casi casi, unas nuevas elecciones. De toda esta crisis del Gobierno socialista, el líder popular, Mariano Rajoy, no ha podido aprovechar nada para subir en las encuestas, y lo que es peor: en su partido cada vez creen menos en él, no sólo porque ha demostrado que no puede poner orden entre Gallardón y Aguirre -hay quien dice que lo que le interesa es que se maten políticamente uno a otro- sino también porque no ha sido capaz de encontrar una buena cabeza de lista para las elecciones europeas y ha tenido que tragarse a Jaime Mayor Oreja para no causar más estragos en sus filas. Quedán además poco más de cinco semanas para que se celebren las elecciones gallegas y vascas y una derrota más allá de lo previsto en ambos comicios precipitaría de nuevo los ataques internos de los que van diciendo que con Rajoy el PP no va a ganar nunca. Para el PP tener que celebrar otro Congreso y escoger un nuevo líder antes de que se consuma un año de la asamblea que reeligió a Rajoy como candidato a la presidencia sería un desastre, pero peor sería tener que esperar otros ocho años para volver a intentar ganar las elecciones.
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