RAUL HERAS

Los políticos ponen barro en sus palabras pero no en sus manos

Raúl Heras | Viernes 01 de noviembre de 2024
Es más que posible que la tragedia causada por la DANA que ha asolado sobre todo Valencia alcance los doscientos muertos, la destrucción de miles de casas, la destrucción de infraestructuras vitales y, sobre todo la destrucción de su futuro para miles de familias. Lo que no ha destruido, ni parece que lo vaya a hacer en este mismo futuro, es la perversa capacidad que tiene los políticos para atacarse y descargar las culpas, que las hay, muy graves y muy históricas, en el rival de enfrente. Atacarse y llenar de barro sus palabras, sin que ese mismo barro se vea en sus manos.

Es el hombre y la mujer con poder, con ambición, con avaricia, con una falta total de conocimientos, los responsables de la tragedia. La naturaleza se ha comportado de la forma más salvaje posible, pero previsible. No ha alterado su forma de proceder en los últimos mil años, al margen de que el llamado cambio climático haya acelerado algunos de sus comportamientos. Basta con examinar la historia de los grandes desastres - desde el llamado Diluvio Universal - para ver que los ciclos de la naturaleza son mucho más largos y más difíciles de entender que los de la raza humana. La Tierra nació de forma violenta y de esa misma forma se lleva comportando desde hace millones de años.

En este corto tiempo en el que los llamados humanos nos hemos hecho cargo del destino del planeta no hemos hecho otra cosa que atacarlo en su esencia. Y se defiende. Nosotros, por el contrario, somos incapaces de arbitrar las medidas que lo hagan tolerable. Es más, nos empeñamos en ponerle fácil su trabajo de destrucción. Hacemos lo que no debemos y las razones son simples y fáciles de entender, se basan en la ambición, los deseos de enriquecimiento, en la falta de solidaridad, en las mentiras y en la ignorancia de los que deben tomar las decisiones en nombre de los que les han votado para que lo hagan en busca del bienestar de los ciudadanos, y con el compromiso de hacerlo. Para no remontarnos a las grandes inundaciones que causaron cientos de muertos en Alemania, Italia o Centroeuropa, por no mirar lo que ocurre con machacona continuidad temporal en Estados Unidos o en el resto de América, desde Tierra de Fuergo a Alaska, aquí, en España, pese a las tragedias más recientes, seguimos sin aprender que, sobre todo en octubre, las lluvia se han cobrado cientos de vidas desde que se tienen noticias.

Si dejamos los 162 muertos ocurridos en Salamanca por el desbordamiento del Tormes hace cuatrocientos años, que parecen y son muy lejanos, en el mes de octubre de 1897 en la región de Murcia murieron 179 personas; en 1907, en Málaga , mismo mes y mismas lluvias, murieron 21 ciudadanos, cincuenta años más tarde las víctimas llegan a 81, y en 1979 en el pequeño pueblo de Ribadelago, de apenas 532 habitantes, murieron 144 de sus vecinos. En ese conteo de víctimas por inundaciones el record de lo lleva El Vallés con 815 personas fallecidas en 1962. Tres años más tarde la tragedia se trasladaba a Cáceres con otros 50 muertos, y en los últimos años del franquismo, concretamente enm 1973 entre Granada, Almeria y Alicante el agua desbordada causaba 156 fallecidos.

Entrados en la democracia, las circunstancias no cambian, al igual que no cambian los comportamientos de las autoridades, ya sean municipales, autońñomicas o estatales. En 1982 se rompe la presa de Tous y mueren 30 personas. En 1996 se produce, esta vez en agosto y con el camping en pleno funcionamiento, una riada en Biescas arrasa todo y ocasiona 87 personas fallecidas. Cambian los gobiernos pero no la forma de construir dónde no se debe, ni de hacer las canalizaciones necesarias, ni la remodelación de las presas que fuesen útiles, unas veces por las sequías, que ya se presentaban casi como eternas, otras por el aprovechamiento de la energía para dotar de electricidad a las industrias y a los hogares.

En 2012 mueren entre Murcia y Alicante otras 132 personas, sin que se llegara al Fonso de las causas, que no eran sino las mismas de siempre: avaricia, malos controles, planes de urbanismo pensados como negocio y ese largo etcétera que tiene a los responsables de los diseño de las ciudades y pueblos, y la concesión de las licencias en los auténticos culpables finales de las desgracias, la última de ellas, hasta las de estos últimos tres días, la que azotó el Levante y las Islas Baleares con 13 muertos en las estadísticas.

Ahora nos vamos a encontrar con esos insufribles doscientos muertos. No están en las grandes ciudades, ni en la costa, donde ha llovido y mucho, están en el interior, en las poblaciones más pegadas al terreno montañoso , con riachuelos y barrancos que canalizaron el agua vertida en muy pocos minutos hacia los mismos puntos, convertidos en auténticos cañones que arrasaron con todo lo que encaraban a su paso.

¿Qué ha fallado ?. Todo, menos la naturaleza. De nada sirvieron los avisos de la AEMET, con el adelanto en la comunicación de lo que podía pasar, ni las recomendaciones - que no se hicieron o desde luego sin la insistencia y gravedad que debería hacerse para que los vecinos no bajaran a los garajes, ni intentaran salvar sus coches o viajarpor unas autovías y carreteras que han mostrado su debilidad y falta de planificación. Han fallado los responsables políticos desde hace cuarenta años, para no remontarme más allá de la llegada de la democracia. Siguen con los mismos vicios y sin aprender de los errores. Pasa lo mismo con los incendios en verano, pero ese es otro tema. Hoy y como llevan haciendo de forma salvaje delante del resto de los ciudadanos que les votaron para que buscaran lo mejor para todos y no para sus ambiciones personales y de partido, el barro o el fango, que cadac cual elija el término que más le guste, está en sus palabras, pero no se les ha visto, a ninguno en sus manos. A ningún nivel, demostración clara de que ese barro se limpiará pero no cambiarán los motivos que han acusado la última de las tragedias.


Noticias relacionadas