Con José Bono en la presidencia de Castilla la Mancha, el joven que entró en el PSOE de su Comunidad cuando estaba a punto de cumplir los 18 años, inició una escalada sin fín hacia el sillón de mando del palacio de Fuensalida. Sin prisas pero sin pausas, sabiendo en cada momento quién era el mejor de los apoyos necesarios. Concejal del Ayuntamiento de Toledo en 1987, veinte años más tarde se convertía en el alcalde gracias a los votos de Izquierda Unida. Allí estaría ocho años bajo la protección del incombustible Bono, aprendiendo los caminos, muchas veces tortuosos, de llegar al poder y luego mantenerlo.
Esperó a la derrota de José María Barreda para hacerse con las riendas del partido y conquistar el despacho de Fuensalida desde el que se ven los olivares que rodean la capital del Tajo. A uno de esos cigarrales conquistados por la élite madrileña se trasladó María Dolores de Cospedal, que se hacía cargo de su puesto de Secretaria General del PP con Mariano Rajoy de presidente y con la molesta compañía de la ascendida a vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría, la otra dirigente de la derecha que con su lucha fratricida abrirían el camino para la llegada de Núñez Feijóo a la presidencia del Partido Popular tras dejar que fuera Pablo Casado quien “limpiara de sangre” el sillón que Rajoy abandonó en los primeros días de junio de 2018. Esa es otra historia, de otro partido, pero que explica la postura de García Page frente a Pedro Sánchez y los pactos con los independentistas catalanes.
Si José Bono colocó al entonces ministro Josep Borrell como centro de sus diferencias con el último gobierno de Felipe Gonzalez, para luego dimitir como ministro de Defensa en la etapa de Rodríguez Zapatero por la presencia de la bandera española en Montjuic, el más avispado de sus discípulos entendió que para sobrevivir él debía hacer lo mismo. Convirtió a Puigdemont en su Borrell particular y al palacio de la Generalitat en el fortín de Montjuic. Si la mejor defensa es un buen ataque, García Page se está defendiendo por anticipado de los ataques subterráneos que le van a llegar en su propio territorio tras la celebración del próximo Congreso Federal del PSOE. Si de paso y por el mismo precio, se coloca como “sustituto” del actual presidente del Gobierno y Secretario General de su partido si al final, las varias crisis que le afectan le hacen “arrojar la toalla sobre el ring o no volver a presentarse para las futuras elecciones, él tendrá el liderazgo que no consiguió su mentor cuando fue derrotado por Rodríguez Zapatero en el Congreso socialista por apenas un decena de votos. Vieja lucha entre el barón territorial por excelencia y el diputado por León, con González y Alfonso Guerra manejando sus influencias por debajo de la lona.
Tras 45 años de vida en el escenario público y con el título de licenciado en Derecho bajo el brazo, Emiliano García Page sabe que le están utilizando desde la derecha como avalista interno de los ataques que recibe Pedro Sánchez y su equipo por los acuerdos sobre fiscalidad firmado con Cataluña. Es un juego complicado pero que beneficia tanto a Page como a Feijóo. Al primero le consigue los votos más conservadores en Castilla la Mancha, ya que tras cambiar el Estatuto no existe límites para presentarse otra vez en 2027, siempre que le respalde el PSOE manchego; al segundo le permite ampliar su discurso de agravios entre territorios dentro de la ofensiva nacional para exigir que no existan Autonomías de primera y de segunda, algo que existe y ha sido aceptado por todas las formaciones y partidos desde la aprobación de la Constitución en 1978 y el posterior “café para todos” que acordó el Gobierno de Adolfo Suárez.