RAUL HERAS

Sánchez y la magia del equilibrista que lleva 6 años sobre un cable de acero

Raúl Heras | Viernes 13 de septiembre de 2024
El siete de agosto de 1974, a las 7,15 de la mañana, el equilibrista, funambulista, mimo y mago francés Philippe Petit comenzó a caminar sobre un cable de acero de 200 kilos que unía los 417 metros que separaban las dos Torres Gemelas de Nueva York. Tardaría una hora en hacerlo, tiempo que empleó para saltar y tumbarse sobre ese cable y hacer bromas con la policía neoyorquina que le esperaba a ambos lados. Se entregó, le detuvieron, le absolvieron y le convirtieron en un héroe. Nadie ha vuelto a hacer nada parecido. Hasta ahora y no en ningún cable colocado a 417 metros de altitud. Cambiado Manhattan por Madrid y la locura física por la política, Pedro Sánchez ya es el mayor equilibrista, funambulista, mimo y mago de la historia de nuestra democracia y puede que sea un auténtico récord mundial.


El francés Petit primero soñó con hacerlo y luego tardó seis años en estudiar y preparar ese casi imposible reto. El presidente del Gobierno soñó con ese puesto de primer ministro de la Monarquía desde que entró en su escalada política dentro del PSOE. Una vez decidido el abordaje del desafío de conquistar la Moncloa tardó ese mismo tiempo en convertirse en Secretario General del socialismo hispano y presentar una moción de censura contra Mariano Rajoy, ganarla con 180 votos a favor en el Congreso de los Diputados; convocar dos nuevas elecciones en 2019, perderlas pero ganar la mayoría absoluta en el Congreso; convocar de nuevo en 2023, perder, pero volver a ganar la mayoría en el Congreso, y afrontar en estos últimos días del verano de 2024 tres crisis equivalentes de los 200 kilos del cable de acero que unió hace 50 años las Torres de derribarían dos aviones suicidas secuestrados por terroristas de Al Qaeda el once de septiembre de 2001.

Recorrer los 45 metros que separaban las dos Torres de Manhattan supuso el reconocimiento mundial del equilibrista galo, que en aquel 1974 tenía 25 años de edad. Sólo siete más tenía Pedro Sánchez cuando se convierte en concejal del Ayuntamiento de Madrid, su primer paso para llegar a dirigir el PSOE y conquistar la Presidencia del Gobierno tras vencer la primera resistencia interna con la que se encontró entre 2014 y 2016. En el camino, la lista de compañeros y adversarios que ha ido dejando atrás supera con mucho las que dejaron sus antecesores en el palacio de La Moncloa, desde Adolfo Suárez a Mariano Rajoy, todos ellos con el indispensable “instinto político” que se les atribuye.

El cable de acero político que permite al presidente del Gobierno mantenerse en ese puesto, en circunstancias tan difíciles a nivel nacional e internacional, comienza a deshilacharse ante la falta de Presupuestos, la división interna de sus socios de investidura, tanto de derechas como de izquierdas, las acusaciones de presuntas corrupciones en su círculo de confianza y en la posición de España en temas tan sensibles de la política internacional como son las guerras de Ucrania y Palestina, el resultado de las elecciones venezolanas, la emigración masiva hacia Europa, o la aceptación de que el antiguo Sahara español pertenece a Marruecos. Sánchez no es sólo el primer ministro de la Monarquía que encarna Felipe VI tras la abdicación “obligada” de su padre, es también el presidente de la Internacional Socialista, otro de los sueños que pudo tener cuando en 1993, con 21 años de edad decisió afiliarse al PSOE.

Las concesiones y pactos que ha debido hacer desde 2018 hasta hoy son todo un arte de magia y funambulismo. De la misma forma que lo fue su regreso a la Secretaría General del PSOE y, sobre todo, la capacidad para mantenerse al frente del Gobierno con el menor número de diputados de su partido que ningún otro de sus antecesores. Su capacidad de resistencia es parte de su ADN, al igual que su capacidad para la metamorfosis, digna de ser narrada por el mismísimo Kafka. Todos los presidentes del Gobierno y líderes de los partidos mienten y puede que Sánchez sea, en ese aspecto, otro claro vencedor.

Los datos, que no las opiniones, son su mejor tarjeta de presentación en el gran concurso de los equilibrios políticos. Ha perdido las cinco elecciones generales a las que se ha presentado, cuenta tan sólo con 120 diputados tras la salida del que fuera uno de sus hombres de confianza, José Luís Abalos, ha logrado reunir a la derecha nacionalista conservadora y a la múltiple izquierda de origen marxista, voto a voto, cargo a cargo, prebenda a prebenda, concesión a concesión. Puede que en su cabeza estuviese desde el principio la transformación de España en una Monarquía/República Federal, pero si no lo estaba, ahora lo está.

Ocho formaciones y partidos políticos le apoyan, con fisuras, con cada vez más fisuras, pero que le permiten mirar al horizonte de los cuatro años de Legislatura. Hay que tener una gran habilidad, frialdad, ambición y entender la gestión política como una permanente transformación y abandono de los principios con los que se lanzan los mensajes y las promesas electorales para mantenerse en el poder. Ocho formaciones que en realidad son más del doble. Su propio partido encierra en su interior a su propia disidencia, tan marcada contra los acuerdos fiscales con Cataluña, como dividida ante las soluciones para la emigración, Ucrania, Gaza o Venezuela. Su socio de Gobierno ya no cuenta con los 31 escaños que logró en las últimas elecciones. Su vicepresidenta segunda, en permanente tensión con la mayor parte del Gabinete, sólo puede responder de los diez que encajan en Sumar, los otros 21 se reparten entre Podemos, Más Madrid, Compromís, Izquierda Unida, Comunes, Chunta aragonesa y Mes.

En el interior o desde el exterior del Gobierno están las dos formaciones vascas, que nada tienen que ver la una con la otra y que se enfrentan en el territorio de Euskadi por el liderazgo obligando a Pedro Sánchez a vascular entre la derecha conservadora del PNV y la radical y marxista Bildu, dentro de la cual, a su vez, se mueven “alas” distintas y más radicales. Eso son once votos parlamentarios que, como se acaba de comprobar con el tema de Venezuela, pueden pasar a engrosar las filas de la oposición, aunque sea brevemente. Dos apoyos solitarios y también desde dos extremos distintos son los de Coalición Canaria y los del Bloque Nacionalista Gallego. Más equilibrios, más magia de las palabras y más actuaciones teatrales de cara a esos dos territorios, desde la emigración a las comunicaciones o la pesca y las aguas territoriales.

Asomarse al País Vasco es asomarse a un escenario aún más complicado, ya que las relaciones del PNV con los países americanos en general y con los Estados Unidos en particular (sin olvidar las delegaciones permanentes que tiene en Argentina, China, México y Venezuela y que explican su votación a favor de reconocer la victoria de Edmundo González frente a Nicolás Maduro) hay que tamizarlas con la importancia de la religión, otra fuente de conflicto y de necesarios equilibrios entre las varias “almas” que existen en el Vaticano y la Compañía de Jesús. La derecha que hoy comandan el lendakari Imanol Pradales y el presidente del Euskadi Buru Batzar, Andoni Ortuzar, es tan cambiante como lo fue en la época de Carlos Garaicoecha y Xabier Arzalluz, pasando por el hoy muy influyente empresario de la energía Josu Jon Imaz. Nada que ver, ni en el fondo, ni en la forma con el Bildu de Arnaldo Otegui y Oskar Matute o Nerea Kortajarena. Con los deseos siempre manifestados de unir Navarra a las tres provincias vascas.

Cataluña lleva tres siglos siendo un punto y aparte de la política española y de la propia estructura del Estado. Lo que hoy representan Junts y Carles Puigdemont, por un lado, y Orio Junqueras, por otro, son sino la extensión de lo que fueron Jordi Pujol y Heribert Barrera. Más de lo mismo pero en peor, con menos formación y menos altura política, menos comprensión de los equilibrios políticos y más capacidad de presión sobre el Gobierno de España. Sus sueños de independencia van a menos y sus ambiciones de control sobre sus finanzas a más. Otros dos ingredientes de ese cable de acero que consiguió Pedro Sánchez en junio de 2018 y que resiste en el equilibrio permanente que existe entre las dos grandes Torres que son Madrid y Barcelona.


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