La custodia y vigilante de los dineros públicos mantiene una relación de amor y odio político con su doble jefe, en el Gobierno y en el partido. Fue la más expresiva en las puertas de la sede madrieña socialista tras los cinco días de reflexión de Sánchez y le ha defendido contra viento y marea desde que llegaron al poder, hasta convertirse en la número dos en todo. Ahora comprueba como la habilidad o capacidad del presidente para cambiar de dirección en apenas unas horas no es la suya. Le deja, en el tema catalán, con el culo al aire. Y no le gusta. Sobre todo porque ha dicho en público y en privado en las últimas semanas que el Gobierno no haría lo que está haciendo.
La vicepresidenta entiende de luchas políticas con la oposición y con los compañeros de partido. Lleva desde 2004 como protagonista en la vida pública, primero en Andalucía con Susana Díaz y desde 2018 en Madrid. Comprende la necesidad de Sánchez y de Salvador Illa en Cataluña y se esperaba la reacción de sus compañeros en las Autonomías. Tal vez de forma no tan salvaje como la de García Page, pero si como la del resto. Nadie quiere ser menos que otros y la alargada sombra de su paisano Manuel Clavero, con el café para todos, que está en las entrañas de esta nueva crisis, la persigue.
Si nada lo impide en las próximas 48 horas Salvador Illa se convertirá en presidente de la Generalitat y élla, como ministra de Hacienda, tendrá que reformular todos los Presupuestos del Estado, para este año y los siguientes. Eso o renunciar. Convencer al presidente de lo contrario es ya un imposible. La federalización económica y fiscal será el nuevo marco a defendér y proclamar desde toda la estructura del Gobierno y del PSOE. Ese papel tan inesperado como duro le toca representarlo a élla. Sabe que de la gloria al martirio hay apenas unos centímetros de papel o un mensaje de quince palabras repetido millones de veces.