Las diferencias entre las propuestas del candidato republicano y la candidata demócrata son numerosas y en algunos puntos radicalmente diferentes. Coinciden en dos puntos, que les asemeja a Europa: la preocupación por la emigración irregular y las guerras de Ucrania y Oriente Medio. En el terreno económico pueden decir cosas distintas pero harán prácticamente lo mismo, sobre todo en la competición que mantiene USA con Rusia, China y hasta la India por la explotación de las materias primas, esenciales para el desarrollo tecnológico, y que tiene en la América hispana y en Africa los dos grandes escenarios. En la política sobre la energía, con el petroleo, el gas, las renovables o la atómica van a mantener la misma estrategia que ha seguido el todavía presidente Biden, o la que siguió el propio Trump durante su primer mandato.
España, con sus 48 millones de habitantes, es un minúsculo estado dentro del contexto global, pero de máxima importancia geoestratégica por su presencia histórica en la América Central y del Sur, su posición de cercanía con el Magreb y el resto de Africa, sus conexiones con cables submarinos con Estados Unidos, sus acuerdos militares con USA para el uso de las bases militares, y su pertenencia a la Unión Europea y a la OTAN. Y de forma importante por su idioma. De los 340 millones de habitantes que tiene Estados Unidos, cincuenta millones hablan español. Un dato esencial para entender los errores que la política lingüística en nuestro país se reflejan en la política exterior y en la economía.
Sea quien sea el ocupante de La Casa Blanca dentro de ocho días- que no será hasta mediados de enero cuando se produzca la jura del ganador - los problemas que va a afrontar afectarán a los 340 millones de sus ciudadanos, tanto a los que viven en las dos costas y respetan la parte más empresarial de USA, como al gran centro de ese inmenso territorio. A esa cifra hay que sumar la del resto, aunque hayan siete mil millones que no tienen ni idea de lo que está en juego el cinco de noviembre.